Comentario
La crisis de la ciudad estado en el siglo IV no es problema de datos cuantitativos. La riqueza global posiblemente aumenta. La población no parece experimentar alteraciones cuantitativas, pero aumenta el número de esclavos, hasta el punto de que se dice que en Atenas llegó a los cuatrocientos mil, y el libre se halla en peligro, porque ya la ciudadanía no representa una garantía. En el plano político, sobre todo en Atenas, tiende a perder los privilegios que le confería el hecho de tomar parte en los organismos públicos. Aquí es donde la pérdida del imperio y los diferentes intentos de recuperación crearon conflictos internos, al perderse con ello las posibilidades de una concordia apoyada en el control de las islas. La presión del demos trataba de recuperar ese control, con el apoyo de quienes seguían creyendo en la concordia y de quienes esperaban recuperar los negocios subsiguientes. Sin embargo, la importación, el tráfico de mercancías y el acceso a los mercados era posible recuperarlos sin imperio. Este podía llegar a convertirse incluso en un obstáculo, sobre todo si era necesario sostenerlo con la guerra. Los ricos no eran partidarios de la guerra, porque ésta, en manos de mercenarios, era cara y hacía aumentar la eisphorá, el impuesto entre ciudadanos que afectaba a los más poderosos económicamente. Ello colaboraba a que sus inversiones se hicieran sobre todo en riqueza aphanés, oculta, con lo que rompían con la solidaridad ciudadana. La crisis consistía en un renacimiento de los conflictos internos que repercutía en los conflictos externos, relacionados con las transformaciones económicas y sociales, reflejadas en las estructuras políticas, incapaces de controlar la situación ni con la concordia ni con la represión, ni en el mundo real ni en el imaginario.
En ese ambiente, junto al soldado mercenario se desarrolla la figura del jefe carismático, que logra la victoria y la salvación, a la vez que colabora con sus prácticas a la difusión de nuevas formas de funcionamiento económico. Las luchas entre ellos, sin embargo, harán que sólo desde fuera, tras intentos como el de Jasón de Feras o el de Dionisio de Siracusa, como portadores de formas políticas primitivas, en las que el papel individual se asienta sólidamente, se vislumbre la solución en la figura de Filipo de Macedonia, capaz de establecer la paz por la fuerza y de crear una imagen positiva en las expectativas de salvación de que él mismo es portador como jefe carismático, como heredero y como alternativa al mismo tiempo de los jefes de tropas mercenarias, renovado en la imagen primitiva del rey semibárbaro.